Hay ciertas películas que llegan a taquilla sin hacer mucho ruido, con un título bastante mediocre (principalmente causa de la traducción en español, todo hay que decirlo) y con un hándicap importante para tomársela en serio: tener entre sus protagonistas a una estrella proveniente de una saga juvenil como es, en este caso, "Harry Potter". No se me habría pasado por la cabeza ni siquiera ver este supuesto drama indie, pero un compañero de programa insistió tanto, que decidí verlo. Mi veredicto: cautivadora. Debo reconocer que la edad hace mucho; la historia se centra en tres jóvenes que en los 90 están en sus últimos años de instituto, con lo que se hace fácil a alguien de mi edad comprender los sinsabores, temores y circunstancias que atraviesan los protagonistas, yo viví ese tiempo. Sin embargo, no es sólo esa identificación con la época lo que vuelve esta película tan atractiva para el espectador, sino el inmenso cariño que transmite el director (y también autor del libro en el que se basa) y que impregna cada fotograma del film.
En primer lugar, Chbosky se rodea de un reparto excepcional. Logan Lerman, conocido por esa película para olvidar titulada "Percy Jackson y el ladrón del rayo", logra a la perfección encajar en ese estereotipo de chico solitario, con problemas y una necesidad imperiosa de sentirse integrado. Hay momentos en los que conmueve, otros en los que te gustaría darle un empujón para que cobre la iniciativa y, en otras tantas ocasiones, rodearle con un abrazo y decirle que todo pasa, todo llega. Por su parte, Emma Watson y Ezra Miller se comen los planos en los que están juntos, transmitiendo una energía y ganas de vivir envidiables. Watson deja de lado su papel de la sabionda Hermione y nos muestra a una mujer deseable, fuerte y frágil a la vez, capaz de atrapar corazones con una mirada, transmitiendo autenticidad y frescura máximas. No se me olvidará la escena del túnel con el "Heroes" de David Bowie a todo volumen, y esa Sam libre y feliz viviendo el momento, sintiendo el viento en la cara, la velocidad de ese instante. "Me siento infinito" -dice Charlie-, yo no lo habría expresado mejor.
Aunque resulta un poco complicado hablar de la historia dejando de lado su reparto, voy a tratar de hacerlo. De partida ya la narración se configura distinta, se hace por medio de las cartas que el propio Charlie escribe a un destinatario que no conocemos, ni resulta necesario, en definitiva. Chbosky trata todos los temas típicos de un drama adolescente, es verdad: las drogas, la homosexualidad, la amistad, los problemas familiares, el primer amor... pero le da un tono más maduro al relato, al introducir algo tan complejo y complicado de manejar como es el abuso de menores. Otro de los puntos fuertes de la película es su banda sonora, única, atrayente y que combina a la perfección con la atmósfera indie que envuelve el film. Resulta una auténtica delicia para los amantes de este tipo de música, y los que no lo somos tanto, oír de fondo durante la película a "The Smiths" o a "The Samples" con su "Could It Be Another Change".
En definitiva, "Las ventajas de ser un marginado" es una propuesta muy agradable, sincera y fresca, que nos obsequia con algunas frases de esas que se te quedan clavadas a fuego y consigue meternos de lleno en esa etapa que todos hemos pasado tan conflictiva como es la adolescencia, en la que cada problema se magnifica hasta límites insospechados y nos parece el mismísimo fin del mundo. Los personajes se retratan con muchísimo cariño y cercanía, contándonos sus vivencias y desventuras, sin pretender convertirse en ningún momento en un gran film, simplemente intentando mostrarnos un pedacito de sus vidas. Hay una historia de amor, por supuesto, pero muy bien retratada, sin llegar a ser empalagosa ni convertirse en el eje central del largo, algo que se agradece. Por mi parte, nada más que decir, pero yo si fuera vosotros dedicaría 103 minutos de este domingo a ir al cine y disfrutar de esta pequeña joya.
Pilar
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